domingo, 9 de enero de 2011

La Flecha Roja



La bruja, tendida en la roca, dormía el sueño de las estrellas. Había visto el destino en un pozo, y pedido su deseo.

Se había enfrentado a todas sus hermanas. Era la más bella, la más poderosa, la más fría. La peor de las brujas.

Pero aquello le había roto el gran muro oscuro que la protegía. El golpe definitivo, rojo como la sangre, negro como la noche.

Un igual. Un contrario.

Pero no era suyo.

La bruja escrutaba las estrellas y la luna con los ojos cerrados. Los labios rojos, como su cabello. Las cejas oscuras,

como pintadas con tinta china y un pincel de pelo suave. El rostro pálido salpicado de puntos negros, como si fuera el negativo del cielo reflejado en su faz.



Y el alto penacho negro de la flecha sobresaliendo entre sus pechos, con el virote rojo hacia el cielo, clavándola a la piedra dura. Su coraza, rota, estaba esparcida a su alrededor, en pedazos de negro cristal. Una coraza que no cubría de los golpes físicos, sino de las miradas del resto.

Y así, vulnerable e indefensa, no le podía decir al arquero "Eres mío" sino... "Eres libre".

Sus ojos lloraban lágrimas de sangre, así como su pecho.

Y así, su alma fue Cuervo, y voló.



Desde entonces, la bruja llora sobre la roca con los gemidos de la Tierra. Su voz son los graznidos de los cuervos, su cuerpo está cubierto de hiedra. Su sangre es el agua de los manantiales, su aliento el Viento del Norte.

Y en su abrazo acoge al caído, y espera pacientemente la llegada del cazador que atravesó su pecho. No en clamor de venganza, sino para otorgarle el don del descanso.

Hay quien dice que si algún día un guerrero halla clavada la flecha roja en la roca de la montaña, y la honra,

tendrá el favor de la Diosa del Luto y el Llanto.

...Y que nunca, nunca, nunca le faltará el reposo.


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