El día había pasado sin pena ni gloria. Los trabajadores habían despejado la plaza, borrando todo rastro de la fiesta. Sólo, en su mano, quedaban las cintas rojas que no había trenzado en el Palo de Mayo. Las miró, con un suspiro triste, y las enganchó a su pelo, enredándolas en sus rizos.
Había tenido la suerte de poder desahogarse con Drey, que desde hacía algún tiempo se había convertido en un buen amigo y confidente, pero aún le pesaba en el pecho la ausencia. Pese a todo, había tomado una determinación. Decían en el sur que, si Mahoma no iba a la montaña, la montaña iría a él. Y eso iba a hacer. Volvería a viajar. Esta vez de día, no quería que se repitiera el sobresalto de los licántropos. Tal vez iría a la ceremonia de nombramiento de Ruhr como Ovate, en Tara, o quizá más allá de Donegal, al oeste, donde el sol moría en la penumbra. Pero iría.
-¡Nitara, cervecéame!- Su grito de guerra en aquel campo de batalla festivo, donde la gente peleaba por ver quién era el más borracho o el más escandaloso. Tomaron asiento, conversando alegremente, dado que Erinea había decidido tener una relación un tanto más estable con el futuro Ovate que era el objeto de sus desvelos, cuando, al pasear su mirada verde por la sala, se cruzó con alguien sintiendo cómo el corazón le daba poco menos que un vuelco. Era él. "Ése" alguien.
Clavó los dedos en la muñeca de la Túatha, sin quitar ojo de encima que aquella persona, y le susurró.
-Querida, me parece ideal, pero ideal de la muerte que estéis juntos Ruhr y tú... Pero comprende que con él ahí, todo me parece maravilloso...- Señaló con la barbilla al sujeto. ¡Dharr, por fin!
-¡Oh, ah!- La mujer de cabello marfilenco dejó ir una suave carcajada, y le dio a la bardo un golpe en el hombro con la mano, a suerte de empujón- ¡Pues ve a por él! ¿Qué demonios estás esperando?
Beth tosió, escupiendo algo de cerveza, y dio un par de pasos hacia adelante, apurada. Muy apurada. No era lo que había esperado. No había baile, ni hoguera, ni ¡por todos los dioses! No llevaba el vestido adecuado. Sólo sus ropas de trabajo, con aquella vieja camisa de lino, la sobrevesta verde raída, y el corsé negro de cuero ciñéndolo todo para que no escapara. Se medio giró hacia Erinea, que le deseó suerte con el dedo pulgar, y se recolocó el vestido y el corsé, arreglándose con un punto nervioso las cintas rojas del cabello, caminando cadenciosa, contoneándose levemente, mientras pensaba "¿desde cuándo puedo caminar yo así?". Se paró a pocos pasos de él, y con un leve hilo de voz, le susurró.
-...Hola de nuevo, Dharr. Me alegro de verte...-"¡Bien!" Pensó. "No te has desmayado, buena señal".
El joven dhampyr hizo ademán de levantarse, cuando tropezó en el canto de la mesa con la armadura, inclinado ante ella. Por lo visto, algo le impedía estar del todo de pie, algo que la bardo no podía ver... Y que Dharr, evidentemente no quería mostrar, pero por lo que parecía, algo más que el simple deseo de saludarla había surgido en él, y prefería disimular.
Una risilla antinatural se escuchaba en un plano diferente, una risilla cruel y amenazadora, metálica, mientras Iracebeth miraba a Erinea buscando un apoyo moral. La Túatha le hizo un gesto con la mano, mientras en sus labios se leía un "lárgate" bien claro. Beth volvió a sonreír a Dharr, visiblemente sonrojada.
Dharr se dejó caer en la silla, poniendo la mano desnuda sobre la mesa, mientras con la otra aferraba la cerveza, y se esforzó en sonreírle, con un punto avergonzado en la mirada.
-Claro, si quieres.... Pero... ¿No dejarás sola a tu amiga?
Beth negó con la cabeza, sin mirar a Erinea.- ¡Oh, no! Ella estará bien...- "Si vuelvo, me arranca las trenzas de cuajo, estoy segura".
De nuevo, aquella voz siseante y molesta llegó a sus oídos, por la vía de la mente. "Es noche de caza, ¿eh...?", con suerte de que el joven tapó a la entrometida espada con su capa, callando su charla. Con aquél gesto, la bardo se sintió aliviada pues, aunque había decidido ignorarla, seguía teniendo la capacidad de captar sus insidiosos mensajes.
-He vuelto hoy, y estaba tomando un descanso. No esperaba verte tan pronto.- La voz de Dharr volvió a reclamar la atención de la pelirroja, que boqueó sin saber muy bien qué decir. Ella sí le esperaba. Es más, le esperaba la noche anterior, pero... ¿Qué más daba? Estaba allí. Era más de lo que creía que tendría finalmente.
-...Yo... Volví hace unas semanas de Irlanda. Todo fue bien, tengo arpa nueva y tal... ¿Qué tal tu viaje?- "Bien, Beth", pensó para sí, "Vas rompiendo el hielo".
Dharr medio sonrió de forma familiar, cabeceando suavemente, apartando el cabello oscuro de ambos lados del rostro para buscar algo que llevaba colgado del cuello. En cuanto lo tuvo en su mano izquierda, tironeó de él para quitárselo, y lo dejó sobre la mesa, acercándolo a la joven irlandesa con la punta de los dedos.
-Bueno, sí, pero... Ya sabes cómo soy.- Retiró la mano, dejando ver el colgante. Un pequeño dragón de alguna aleación corriente, plateada, presumiblemente peltre, alzando las alas al vuelo. Sus detalles indicaban que era una obra poco vista por aquellos lares.
La mujer ladeó la cabeza, observando el objeto con curiosidad, sosteniéndolo en las yemas de los dedos, y se mordió el labio inferior, un gesto que solía repetir cuando estaba emocionada.
-Lo compré para ti en un mercado- Añadió él.- Lo he llevado hasta el día de poder dártelo en persona.
Ella clavó su mirada en la de él, con los ojos muy abiertos, y se ruborizó de repente, tragando saliva, cerrando la mano alrededor del colgante, atesorándolo.- ¡Oh, gracias! Es... Es... Eh... ¡Me encanta!- Dejó que una sonrisa aflorara a sus labios, como una media luna, y llevó sus manos al pecho latiente en un gesto agradecido. Dharr jadeó, ya que no sabía si le iba a gustar, y lo había comprado por el mero hecho que le parecía estar hecho para ella. Ya pasado el dolor previo, se levantó, y llevó su mano al cabello rojo sangre de la irlandesa.
-Te decía... Que no he podido traerte nada de Irlanda.- Sonrió tiernamente, mirándole a los ojos.
Él le sonrió con un punto de timidez, y la miró a los ojos, agachando la frente, y con un calor en su pecho, se dejó llevar por el instinto, acercándose a su rostro…
La irlandesa apretó la mandíbula, espetándole con frialdad. -… Mátame si quieres. No te tengo miedo en absoluto, y tampoco puedes saber cuánto le quiero.- “Nos ha jodido mayo con las flores”, pensó. “¿No ha sido suficiente? Si, ha sido suficiente”. No iba a dejarse manipular. Ya no.
-Hay cosas con las que uno nunca está en paz. Pero si tú consideras que… No soy un monstruo… Quizás podría ser verdad.- Estas palabras despertaron el rubor en las mejillas de Iracebeth, que acariciaba con el pulgar los dedos tímidos de Dharr, y llevó la mano de su caricia hasta la mejilla, sintiendo el calor de su palma en la piel de melocotón de su rostro con un suspiro anhelante.
-No lo eres, Dharr… No eres un monstruo, ya no eres mi pesadilla.- Tragó saliva, mientras algo se agolpaba en su garganta para salir como un grito, como un anuncio a los cuatro vientos que se tradujo en un murmullo leve- …Te quiero.
Aquello hacía que el corazón del joven pulsara frenéticamente, quién sabía si como aviso, o con la fuerza del deseo ya que, como guerrero, no conocía más que el latido previo a la carga, pero esto era diferente. Cerró los ojos, y se acercó a ella, en busca de sus labios… Aunque se le adelantó la bardo, aferrando su mano con fuerza, invadida por un sentimiento que no creía que volvería a sentir jamás, besándole con anhelo, como hacía mucho que quería besarle, abrazándose, dejándose llevar por el tirón que les atraía. Beth pensó, en aquel abrazo, que con ese simple beso, cualquier falta o ausencia previa estaba más que perdonada.
Al fin y al cabo, Beltane podía ser todos los días.
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