martes, 22 de febrero de 2011

Camino al Fin del Mundo, Etapa 11

27/Agosto/2010

Etapa de As Seixas a Melide

Nos levantamos tarde, a las 7:30 de la mañana, y, con calma, salimos del albergue. La etapa, hasta Melide, era corta y no presentaba complicación alguna. Primero subimos al Alto del Hospital das Seizas, donde vimos el impresionante paisaje de la "chaira" lucense a nuestro alrededor, y seguimos camino, sólo nosotros, hacia Melide. Vimos muy poca gente, en muchas aldeas; muchas vacas y gallinas, pero pocas personas. Buscábamos un bar para sellar la credencial, ya que desde Lugo piden dos sellos diarios para conseguir la Compostela, pero no veíamos más que prados, prados... ¡Y más prados! Llegamos a Vilamor donde tomamos unos refrescos en el Bar Carburo (un bar normal y corriente, donde ponían la radio. La pena, la radio era en gallego, y sólo entendí la mitad de lo que hablaban).

Hacia la una o las dos llegamos a Melide, donde nos juntamos ya con el Camino Francés y, ¡madre mía qué de gente! Estamos en el albergue (inmenso), rodeados de italianos. Hemos coincidido con gente de la provincia de Valencia en la cola de la lavadora. Tras una reparadora siesta (que tras lo que llevamos a nuestras espaldas, la merecemos), fuimos a comprar provisiones, conservas de pescado y pan, para poder acabar el Camino porque ya sólo nos quedan 3 etapas.

Y henos aquí, en la cama a las 20:30, con MUCHO sueño y MUCHOS sueños. Esto... Se vive. Muchos preguntan cuál es el mensaje del Camino, y en realidad, son muchos los mensajes. En el Camino Primitivo lees las señales del bosque y el cielo, aprendes a dejar cosas atrás, a vivir con lo mínimo, a compartir con quien no conoces, a valorar lo que tienes y, sobretodo, a olvidarte de horarios y costes poniendo por delante tu objetivo. Te lo pondrán fácil, sí, pero tienes que dar tú el paso adelante. Siempre puedes coger el bus de vuelta a casa, pero no sabrás lo que había escondido detrás de la siguiente montaña.

Aprendes a atreverte, a superarte, y te das cuenta de tus límites. Y ahora sé que, aunque soy pequeñita y no parezca gran cosa, soy muy fuerte, soy capaz de cruzar las montañas a pie sin que me salgan rozaduras (sólo una ampollita, y ya está seca), puedo ver la lluvia a kilómetros, dormir la siesta bajo un árbol y saludar a los caballos salvajes con la mano. Y sé que puedo hacerlo, porque lo he hecho.

Y no me arrepiento de nada.

Mañana llegaremos a Arzúa. Y ya os contaré qué tal.

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