Un estúpido relato corto...

Y, de repente, como un ariete celestial; destrozó la puerta de Platerías irrumpiendo en la calle ante la mirada atónita de los peregrinos, los feligreses, el Arzobispo y sus monaguillos, y la propia Catalina.

El botafumeiro voló por los cielos compostelanos, a través de la calle, libre ya de las ataduras que lo condenaban a su eterno movimiento pendular. La misa se paralizó, los tiraboleiros sintieron peligrar sus cabezas, y la buena de Catalina, que creía que al llegar a la Catedral finalizarían sus pesares, se echó las manos a su noble y aragonesa cabecita real.

No lejos de allí, un platero oraba: "Oh, Señor. Platero soy, mas no dispongo de plata para trabajar. Si fuérais tan misericordioso de enviarme un poco de género, y así podría alimentar a mi esposa y mis ocho hijos...", y, como si de un designio divino se tratara, cincuenta kilos de plata perfumada y bendita aterrizaron en medio del taller, destrozando el tejado y parte de las paredes, mientras el buen hombre gritaba "¡milagro, milagro!", como enloquecido.

Y así, entre los gritos de "milagro", de los plateros, y los de terror por la plata perdida de los clérigos; quedó la buena de Catalina olvidada, con su real y noble cortejo, a la espera de la misa, de la comunión y el Jubileo. Y, mirando al pobre Apóstol policromado, se dijo que, desdicha por desdicha, era la menor. Dio media vuelta y salió, altiva y cansada, hacia su alojamiento en la ciudad. El Camino estaba hecho, ya iría a misa al volver a casa.