viernes, 23 de enero de 2009


Una y ninguna, y todas las demás.
El reflejo de la Luna en el estanque,

el susurro de las alas de un pájaro nocturno.

El lobo que aúlla sin descanso en la noche.

Unos ojos azules que refulgen en el agua.

Cabellos negros que se enredan entre los árboles

como una bruma nocturna,
cegando la luz del sol,

invitando a las estrellas a asomarse.

Dedos de marfil, titilantes,

voz de ruiseñor en un bosque.


¡Oh, Lúthien Tinúviel!
Dama Elfo de cuento de hadas,
agridulce fin para el más bello relato,
Dama Murciélago que adormece al Señor de las Sombras. Balancea tu canto sobre la superficie del Lago mientras tu madre se tiende y muere, en los bosques de Doriath.

¡Oh, Lúthien Tinúviel!


He querido escribir un pequeño poema a Lúthien Tinúviel, la Dama Elfo del Silmarillion que entrega su inmortalidad a cambio de vivir con Beren, el Caballero Humano.

Junto con la Balada de Túrin Turambar, la Balada de Leithian es una de las más hermosas de "El Silmarillion", de J.R.R. Tolkien, para mí el mejor de sus obras y, por su densidad, una de las menos leídas. Una pena.

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